ESTADOS UNIDOS.- Cada tiempo tiene su visionario. El siglo XIX encontró en Julio Verne un adelantado a su época que predijo viajes y aparatos que a la fecha han sido superados. En el siglo XX, George Orwell escribió “1984” y describió el nuevo perfil del estado totalitario, el control social absoluto que vilmente representó la televisión en esa exposición de débiles mentales llamada “Gran Hermano”.
Ahora la sociedad global se enfrenta al primer acto de la macabra obra que la conduce a la sumisión total: el biochiop implantado. Por primera vez los cobayos del experimento serán los propios dueños del sistema, los norteamericanos. Paradójicamente –porque hablan de salud- no probarán sus remedios en Tanzania ni en otro país subdesarrollado antes. Comenzarán por ellos mismos.
A partir del mes de marzo del próximo año 2013, por ley cada ciudadano norteamericano tendrá la obligación de implantarse un microchip de identificación por radiofrecuencia (RFID), exigido por la Ley de Cobertura Universal de Salud, experimento que se dará en el marco de una Reforma Sanitaria. La voces de atención no se han hecho esperar, pues, una vez aprobado y colocados los microchips, las consecuencias pueden ser alarmantes.
Para tomar cabal conciencia de las implicancias de este sistema, es necesario leer toda la ley de la reforma de salud, de la cual surgen algunos datos preocupantes. Por ejemplo, cuando se habla de “Registro Nacional de Dispositivos Médicos”, en el párrafo 1, sección B, se habla de que el dispositivo implantado recogerá toda la “información (…) datos de órdenes médicas, datos de consultas de los pacientes, archivos de análisis estandarizados que permitan la estadística y análisis de datos procedentes de diferentes entornos de datos, registros electrónicos de salud, y cualquier otra información considerada apropiada por el Ministerio”.
Hasta ahí no parece gran cosa sino un uso de la tecnología aplicada al orden de asistencia social; sin embargo, en la Sección 163 de la “HR 3200” –Nomenclatura de la Ley-, se permite que el Gobierno tenga acceso directo a la cuenta bancaria del “chipado”, neologismo con el que habría que ir familiarizándose.
En la Página 58 de la Ley determina que se podrá “permitir en tiempo real (…)la determinación de la responsabilidad financiera de un individuo en el punto de servicio y, en la medida de lo posible, antes del servicio, incluyendo si la persona es elegible para un servicio específico con un médico específico, en una instalación específica (…) lo que permitirán, cuando sea posible, casi en tiempo real el pago de los servicios médicos”. Traducido en buen romance, el chip le informará al Estado si usted ciudadano “chipado” tiene capacidad financiera para seguir viviendo o sus números lo convierten en un “desechable” porque no tiene capacidad para consumir. Es lo que la ley llama “Paneles de vida” y “Paneles de muerte”. Vale decir, el microchip convierte al ser humano es una cosa descartable.
Es decir que mientras usted se está atendiendo en un hospital público o médico que tenga en su consultorio el sistema, pasará su mano y mientras le extiende la receta el precio del remedio estará siendo descontado de su cuenta, lo mismo que si debe internarse, de modo que cuando salga de la consulta, el remedio lo estará esperando envuelto y la cama del hospital lista…, o no.
Es contradictorio, pero a la vez que se supone que el chip busca mejorar el estándar de salud, puede también generar otros problemas ya que portar el mismo es igual a tener una antena emisora-receptora en el interior del cuerpo con una exposición permanente las radiofrecuencias.
El chip reduce a las personas al nivel de los animales a los cuales ya hace muchos años se les implantan estos aparatos para controlar su población. Del mismo modo, una vez instalado en los humanos, el Estado podrá –además de la salud y el dinero- controlar salidas y entradas del país, el paso por aeropuertos, peajes y demás.
Otra contradicción es que la idea se ponga en marcha en el país que dice liderar las libertades, cuando de esto resulta una reducción de las mismas en función de afianzar la seguridad nacional, una obsesión norteamericana que ha crecido luego del 11-S, pero que ya estaba en los papeles de las agencias de seguridad mucho antes.
Un avance paulatino y palatino, es decir, sin prisa y sin pausa en busca del control mundial, donde las cosas se van haciendo cada vez más descaradamente; un ejemplo ha sido el intento de controlar mundialmente a Internet mediante la Ley SOPA y otras similares.
Creyentes o no, profetas, locos o visionarios, en realidad parece importar muy poco el adjetivo a esta altura donde los hechos ya no son producto de trances esotéricos sino realidades palpables.
Se podrá decir lo que se quiera, tachar de místicos o alucinados a quienes advierten de que el fin de un tiempo ha llegado y todos los datos son coincidentes lamentablemente. Desde los Mayas y su mal interpretado fin de ciclo hasta el mismo Apocalipsis, que curiosamente escrito hace dos milenios en el Capítulo XIII, advertía que llegaría este momento en que la “Bestia” que bien puede ser el Estado totalitario del nuevo orden mundial “…hacía que a todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les pusiese una marca en la mano derecha, o en la frente; y que ninguno pudiese comprar ni vender, sino el que tuviese la marca o el nombre de la bestia, o el numero de su nombre” (Ap13:16-17).
Gran Hermano ya está en marcha y corremos el serio riesgo de convertirnos en uno de esos “débiles mentales” a los que controlan hasta cuando van al baño.-