En un sentido, la vida consiste en gran medida en crear hábitos y romperlos. Inconcientemente estamos formando y quebrantando hábitos todo el tiempo, y por ese motivo esta área de la vida debe llevarse bajo el control de Cristo.
La Biblia afirma: «Si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas» (2 Corintios 5.17). Ahora el Espíritu Santo mora en ti, cuyo supremo deseo es hacerte conforme a la imagen de Cristo. Con ese fin, Dios ha prometido proveer tanto el impulso como el poder: «Porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad» (Filipenses 2.13).
Todos tenemos malos hábitos, algunos de los cuales pueden ser muy malos. Otros pueden no ser inherentemente malos pero son inútiles.
Tomemos, por ejemplo, el hábito de ser impuntual. Algunas personas siempre llegan tarde. Parece que no les importa el tiempo que pierden otras personas. Se ha convertido en un hábito profundamente arraigado. Esas personas deberían enfrentar seriamente las consecuencias. Deberían tener un firme propósito de mover su programa diez minutos más temprano, romper con el viejo hábito y formar uno nuevo. La ayuda del Espíritu Santo siempre está disponible para formar un hábito nuevo y bueno, pero somos nosotros los que tenemos que hacerlo. Dios no actúa en lugar de nosotros.
Dios da la tierra fértil, la semilla, la lluvia. El hombre provee la habilidad, el trabajo, el sudor. En otras palabras, el cristiano debe trabajar con lo que Dios trabaja (Filipenses 2.12).
En la cultura del alma, ningún hábito es más crucial y formativo que mantener una vida constante de devoción, un tiempo periódico reservado para la comunión con Dios. A todos no les resulta tan fácil, pero no puede exagerarse su importancia y su valor.
chevere!
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