viernes, 27 de enero de 2012

NO ME MUEVE MI DIOS

Leí este poema la primera vez en un vagón del metro de la ciudad de México,  en Julio de 1995 y fue tan profundo su impacto, que lo aprendí de memoria antes de descender del el, 30 minutos después de su primera lectura. Su trazo literario es fantástico, la difícil composición del soneto y su perfecto engrane con el agape, aunque los literatos no se ponen de acuerdo a su autoria, es  digno recordarlo y mencionarlo al Rey en los devocionales y ante las teologías de la prosperidad y de la confesión positiva tan extendidas en nuestros días, es un credo a la lealtad al amor derramado en el Gólgota.


No me mueve, mi Dios, para quererte,

el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.


Tú me mueves, Señor: muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme el ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.


Muéveme en fin tu amor, de tal manera
que aunque no hubiera cielo yo te amara
y aunque no hubiera infierno te temiera.


No me tienes que dar porque te quiera,
porque aunque todo lo que espero no esperara
lo mismo que te quiero te quisiera.

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