Habla por la eternidad.
Sobre todas las cosas cultiva tu propio espíritu.
Una palabra que hables con tu conciencia clara y tu corazón lleno del Espíritu de Dios vale diez mil palabras enunciadas en incredulidad y pecado.
Recuerda que hay que dar gloria a Dios y no al hombre.
Si el velo de la maquinaria del mundo se levantara, cuánto encontraríamos que se ha hecho en respuesta a las oraciones de los hijos de Dios.
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