Después de una disertación teológica, expuesta en un certero sermón, el celebre predicador Sir Adam Clarke, miraba como algunos de los oyentes, se le acercaron, estrecharon su mano para felicitarlo y halagarlo por tan motivador discurso. Al mirar y oir a la gente felicitándolo por el sermón les dijo:
"la Palabra de Dios se obedece, no se aplaude"
Que exhortación tan ejemplar para no descuidar el objeto al escuchar la Palabra de Dios.
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