viernes, 20 de diciembre de 2013

EL PODER DE LA VERDAD

"Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto
 que sus obras son hechas en Dios" (Juan 3:21).

La principal y primera estrategia de Satanás es el engaño. El diablo se contenta con permanecer en segundo plano sin mostrarse siempre y cuando su influencia en la vida de una persona permanezca imperceptible. Igual que una serpiente en el pasto, el diablo espía calladamente su presa y le estruja la vida.

Pero cuando usted confronta el engaño de Satanás y con la verdad deja al descubierto sus mentiras, su estrategia deja de ser furtiva pasando a ser una pretensión de poder. Se vuelve el león rugiente sobre el cual advierte Pedro (1 Pedro 5:8). El procedimiento seguido por la mayoría de los consejeros cristianos para tratar personas en quienes han quedado al descubierto las fortalezas demoníacas, es desafiar al espíritu malo para que se manifieste y, luego, echarlo fuera, habiendo, inevitablemente, una lucha de poderes que puede hacer que la víctima caiga en un estado de estupor, se desoriente o salga corriendo de la sala. He visto personas herirse físicamente durante tales confrontaciones. Este procedimiento puede hacer más daño que ayudar, especialmente cuando intervienen novicios.


Debemos evitar creer la segunda estrategia del diablo, la del poder, tanto como evitamos tragarnos la
primera del engaño. No es el poder de por sí lo que libera al cautivo sino la verdad (Juan 8:32). El poder del cristiano está en la verdad; el poder de Satanás está en la mentira. El poder es todo para el satanista pero el poder es efectivo solamente en las tinieblas. El cristiano tiene que ir en pos de la verdad porque el poder y la autoridad ya le pertenecen. La verdad es lo que hace efectivo un encuentro con Satanás. La demostración de poder que haga Satanás (que también es un engaño porque su poder ha sido realmente roto por la cruz) tiene por objetivo provocar una respuesta de miedo pues cuando el miedo domina al creyente, el Espíritu de Dios no está y Satanás ganó la mano. El miedo al enemigo y la fe en Dios se excluyen mutuamente.

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