sábado, 18 de junio de 2011

Vidas Radicales: Alberto B. Simpson


1843-1919
Alberto Benjamín Simpson nació el 15 de diciembre de 1843, en Bayview, Canadá, hijo de una piadosa familia. Después de su conversión y llamamiento al ministerio, solía encerrarse en su estudio para buscar con ansias el rostro del Señor. Anhelaba hacer morir el yo, y vivir totalmente para Cristo. Cierta vez, cuando era un joven ministro, estuvo un mes entero buscando una bendición especial para su vida. Durante ese mes dejó de hacer muchas cosas y se dedicó casi exclusivamente a orar. Al final del período recibió la bendición: Una noche después de intensa oración tuvo esa experiencia extraordinaria. “Recuerdo bien la noche cuando recibí el bautismo del Espíritu Santo. Cuando experimenté la venida de la plenitud de Cristo a mi alma; cuando vino para fijar su morada permanente en mí”. “Fue una noche memorable. La soledad del Cordero de Dios, yendo hacia el monte del sacrificio era mi porción aquella noche. El camino para seguir al Cristo del Calvario no resulta fácil, ni atrayente; no obstante, es el camino de la victoria, como lo fue para Cristo mismo. Es el camino de la vida a través de la muerte”. “No sabía si iba a morir literalmente o no, antes del nuevo amanecer, seguía buscando. Estaba luchando cual Jacob de antaño con el ángel de Dios hasta el rayar del alba, cuando vino la luz. Entonces, rendido a los pies de Cristo, hice allí una entrega final y total de mi vida”.
A raíz de esa experiencia, nace este himno
¡Jesucristo, y nada más!
Antes yo buscaba “la bendición”,
ahora yo tengo a Jesús;
antes suspiraba por la emoción,
ahora yo quiero más luz;
antes Su don yo pedía,
ahora tengo al Dador;
antes buscaba la sanidad,
ahora es mío el Doctor.
Antes me esforzaba con pena, ahora me es grato confiar;
antes creía a medias,
ahora sé que él puede salvar;
antes a él me aferraba,
ahora de mí se ase él;
antes yo andaba a la deriva,
ahora tengo áncora fiel.
Antes yo creía en mis obras,
ahora dejo a Cristo obrar;
antes trataba de usarlo,
ahora él me puede usar;
antes “el poder” yo buscaba,
ahora tengo al “Fuerte Señor”;
antes para mí mismo obraba,
mas ahora es el trabajo de amor.
Una noche mientras oraba, la visión de los perdidos sin Cristo le hizo postrarse en una dramática oración bajo el poder del Espíritu Santo. Entonces cogió el globo terráqueo y apretándolo contra su pecho, exclamó llorando: “¡Oh Dios, úsame para la salvación de los hombres y mujeres del mundo entero, que mueren en las tinieblas espirituales sin ningún rayo de luz”. Fue entonces cuando nacieron sus himnos: “Cristo sólo Cristo siempre” (222); “No yo, sino Cristo”; “A lugares obscuros” (248); “Un cargo dísteme Señor” (350) etc. No pudo conformarse ya con cumplir sus labores de pastor y conferencista solicitado. Llevado por este celo misionero, comenzó a salir a las calles para predicar el evangelio. Y allí comenzaron a recibir a Jesucristo hombres y mujeres de la más variada condición. Luego, los invitaba al templo, para recibir el amor de la familia cristiana. Muy pronto fueron decenas y aun cientos los nuevos convertidos que iban llegando; muchos de ellos de humilde condición. Y, muy pronto también, ellos comenzaron a incomodar a los acomodados hermanos. Así fue como se produjo una situación insostenible, y Simpson hubo de renunciar a su pastorado para dedicarse a las muchedumbres olvidadas, como era su visión.
Eso ocurrió en noviembre de 1881, tenía 38 años, y una familia con seis hijos. De un día para otro, dejó de ser el pastor de una gran iglesia para ser un predicador callejero. Sus amigos íntimos en el ministerio le pronosticaron un fracaso rotundo. Uno de los diáconos, al despedirle le dijo: “No le diremos adiós, Simpson: pronto usted ha de volver con nosotros”. Sin embargo, él nunca volvió. Dios tenía para él otro camino que recorrer, y otras fronteras que cruzar.
Una partida feliz. A.B. Simpson partió el 29 de octubre de 1919. Entre los papeles que se encontraron en su escritorio, había uno con un himno inédito, que decía en parte: 
“Alguien me está llamando;
me toma de la mano,
y me señala cumbres
bañadas en áurea luz.
Mi corazón responde:
remonto como en alas;
me siento muy seguro:
¡Mi Guía es Jesús!”

Sobre su lápida hicieron poner una lectura que refleja muy bien lo que fue este gran hombre de Dios: “No yo, sino Cristo” y “Cristo sólo”.


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