jueves, 17 de noviembre de 2011

HONOR A QUIEN HONOR MERECE: Mis Hijos


LA GENUINA PATERNIDAD RESPONSABLE
por Carlos Rey

¡Hijo mío! Quiero hablarte mientras te encuentras dormido...
Entro en tu cuarto en puntillas y el corazón remordido, para decirte mi pena de culpable arrepentido....

He sido duro contigo. Hoy mismo, por la mañana, te regañé al haber visto que no lavabas tu cara con jabón. Tus zapatitos no estaban embetunados, y luego te pegué un grito al notar que habías dejado tus ropitas por el piso.

Y seguí, al desayuno, en el mismo son reñido: Que la comida caía fuera del plato servido; que engullías, y situabas en la mesa tus coditos, untando la mantequilla a trozos.



Cuando salimos, yo camino del trabajo y tú a jugar un ratito, antes de ir para la escuela, aquel «¡Adiós, papaíto!», cariñoso y sonriente, lo respondí: «¡Ya te he dicho que saques más ese pecho y que no andes encogido!»

Y, al regresar, esta tarde volví a emprenderla contigo, cuando jugando a las bolas estabas con otros niños. En vez de estar en cuclillas, te apoyabas en el piso manchando tus medias nuevas.
Delante de tus amigos comencé a reprenderte. Te dije: «¿Dónde se ha visto que se trate así la ropa? ¡Eso cuesta sacrificios! ¡Bien se ve que no trabajas para comprar tus vestidos!»

... Después, ¿te acuerdas?, estando yo leyendo, entraste tímido con el temor y la súplica en tu rostro pintaditos. Te dejé con la mirada como clavado en el piso. «¿Y qué tú quieres ahora?», dije casi en un gruñido.

Sin responderme, lanzaste a mi cuello tus bracitos. Me besaste con ternura y arrebatado cariño, con ése que Dios ha puesto en tu corazón de niño; y que no hay indiferencia, ni dureza ni castigo que lo enfríen. Luego fuistea tu cuarto, trotandito.

Pues mira, mi niño amado, a poco de haberte ido se me escurrió de las manos el periódico. He sentido temor ante los efectos que mi hábito dañino de mandar y encontrar falta sobraba en contra del hijo. ¡Así te trataba yo por ser solamente un niño! ¡Y no es que no te quisiera, sino que había pretendido que a tus años como un hombre te portaras, hijo mío!



¡Yo seré desde mañana para ti lo que he debido ser siempre: tu compañero, tu padre amable y tu amigo! Sufriré cuando tú sufrasy me alegraré contigo, y no haré más que decirme: «Es un niño pequeñito.» 1

Estos versos que escribió el poeta cubano Luis Bernal Lumpuy basándose en una narración en prosa del autor Livingstone Larned nos llevan a reflexionar sobre la genuina paternidad responsable. No nos limitemos a reconocer que somos padres de nuestros hijos como si les estuviéramos haciendo el favor de darles apellido. Más bien, reconozcamos que son una herencia del Señor, 2 y aceptémoslos con todas sus imperfecciones. Paradójicamente, nuestro Padre celestial no sólo nos acepta de la misma manera a nosotros, sino que nos exige que cambiemos y nos volvamos como nuestros niños para que entremos en el reino de los cielos. 3

1 Luis Bernal Lumpuy, Sueños de un mundo mejor (Escrito en Cuba, 1970; publicado en Miami, 1992), pp. 24-28.
2 Sal 127:3
Mt 18:3
Tomado de: porsusangre.blogspot.com

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